miércoles, 18 de marzo de 2009

Mi vida deportiva, III parte

(Si eres nuevo, lee de abajo hacia arriba; y nada de burlarse de mis magníficos dibujos).

El viernes pasado fue viernes 13… algo que me hizo recordar los dos mejores viernes 13 de mi vida.

Uno de ellos fue cuando estaba en San José, Costa Rica, hace unos 6 años atrás. Tenía como 12 años, pero estaba feliz porque iba con unas compañeras de la piscina e iba sin mi papá. Íbamos de lo más normal, buscando cómo llegar al mall, cuando cruzando una calle, ocurrió. Yo siempre soy la más lenta para todo; cuando alguien hace un chiste, suelo quedarme en la etapa “loading” por un buen rato. Imagino que el mecanismo de mi cerebro hace la misma bulla que mi power supply iraquí. Pero en fin, el asunto es que iba a mitad de la calle (una simple y estúpida callecita de pocos metros de ancho) cuando vi que una 4x4 tenía intenciones de girar hacia ella. No había ningún problema con eso, porque igual yo ya estaba a un par de pasos para llegar a la acera. Por supuesto, conmigo nada es así de sencillo. Resulta que el conductor del carro (todo esto se los cuento porque por cosas de la vida, existen momentos en los que todo pasa a cámara lenta) venía hablando por celular.

Les dejo una pequeña y espantosa imagen, para que entiendan mejor:

Dibujo

Ok, era broma.

Dibujo2

Tenía que girar hacia su derecha, la calle que YO estaba cruzando, y estaba agarrando su celular con SU mano derecha. Intenten girar un carro grande hacia la derecha sin usar su mano derecha (digo que lo intenten ustedes porque yo no tengo carro ni sé manejar; deduzco que la mayoría de ustedes sí saben). Buena ésa. Por lo tanto, el desgraciado aceleró y, en vez de dar la curva en el ángulo correcto, se acercó demasiado a la acera. Se acercó demasiado a MÍ. Y esto fue lo que sentí.

Vi que ese hijo de puta venía hacía mí; para ese entonces estaba en segundo año en el colegio, así que aún no daba física, pero se nota que yo estaba predestinada a suckear en esa materia porque mis cálculos mentales en esos dos segundos fue que el imbécil no me iba a pasar cerca. Grave error. Cuando el carro siguió avanzando en la curva, unos centímetros más, estaba completamente frente a mí, así que lo que hice fue “acelerar” (¿Cuánto carajo uno puede acelerar en un segundo?) e impulsar mi cuerpo hacia la acera, algo así como en Matrix. No, ése no, fue un mal ejemplo. Pero igual, cuando pisé la acera, el retrovisor (espejo de afuera del carro) me pasó a pulgadas de la cabeza, en serio. Tan cerca, que yo podría jurarles que por un momento creí que la llanta me iba a pisar la zapatilla o algo así. Por suerte, nada me pasó, sólo que todo el mundo se dio cuenta y se empeluzaron a otro nivel (nadie pregunte qué es empeluzar, es una palabra inventada. Por mí, claro, claro). La gente quedó traumada (no más que yo, que quedé en shock por bastantes horas) y deduje que todo ocurrió porque era viernes 13. Y porque el manejo en Costa Rica, chucha, sí es violento. Y yo que creía que en Panamá manejaban mal.

El segundo mejor viernes 13 de mi vida fue aquí en Panamá, hace varios años también, cuando iba con mi padre camino a la piscina, que queda a 5 minutos de mi casa. Los alrededores de ese lugar lo usan como entrenamiento para las personas que están aprendiendo a manejar, ya sea independientemente o a través de una empresa que brinda esos servicios. Íbamos él y yo lado a lado, sobre la acera. Unos metros más en línea recta, y después virábamos hacia la derecha, y seguir hacia la piscina. Miren:

Dibujo3

El carro detenido estaba allí porque, como les dije, esas personas están aprendiendo a manejar, y me imagino que le estaban dado instrucciones antes de que arrancara de nuevo (menudo lugarcito para pararse a regañar a alguien). El otro carro es el problema. Más o menos a esa distancia estábamos mi papá y yo cuando vimos todo lo que sucedió.

Vino otro maldito anormal (hay muchos por ahí sueltos) a entrar a los estacionamientos, pero por algún motivo, aceleró. Era una persona aprendiendo a manejar. Les cuento lo que le sucedió al muy idiota. Giró hacia su izquierda tan, pero tan cerrado, que chocó el carro detenido, y cuando digo chocó es que se escuchó un estruendo de los mil demonios, porque rayó totalmente y abolló el carro. Entonces, ante esto, perdió el control del carro, acelerando más y alejándose hacia su derecha para no seguir abollando el otro carro. Otro grandísimo error, ya que por tratar de hacer algo interesante lo que hizo es que se subió a la acera, a toda velocidad como venía. Y adivinen qué!! Por supuesto, el carro venía directamente hacia nosotros dos. Directamente. De frente. Ante nuestros ojos. Cuando habíamos escuchado el estruendo y vimos lo que estaba haciendo el carro, mi padre y yo nos quedamos paralizados, no por andar vidajeneando (en Panamá es como andar viendo las cosas por pura awewason de uno, para después estar chismoseando sobre eso) sino porque, bueno, no todos los días uno ve un estúpido que choca un carro estacionado. Pero nunca contamos con que se fuera a subir a la acera. Así que cuando mi papá vio ese carro venir, me agarró del brazo (más tardecito pude mostrarles a todos los 5 perfectos dedos marcados en mi piel) y me haló hacia atrás. Sólo un paso. Gran vaina, pero bueno, algo es algo. Cuando el carro pudo frenar, quedó a un metro aproximadamente de nosotros. Uno. Más o menos lo juro, y digo esto porque no tengo una cinta métrica conmigo a cada rato para andar midiendo vainas. El tipo se bajó del carro y ni siquiera nos miró. O sea, casi nos mata, o nos rompe la cabeza y nos saca el cerebro, pero nooo!! aquí no ha pasado nada. Me aplicaron la de la invisibilidad. ¡Ven como esto se me aplica en los momentos que no se debe aplicar! Como iba diciendo, el pendejo de mierda ese fue directamente caminando hacia el otro carro, y la única idiotez que se me pasó por la mente, la expresé en voz alta: “Papá, vámonos de aquí, este man va a sacar una pistola”. Sí, por supuesto, como si yo tuviera visión rayos X. “Vámonos”. Como a Astrid nunca nadie le hace caso (ese es otro cuento que les cuento otro día; es bien divertido –para ustedes, mas no para mí), mi papá me siguió agarrando y me gritó: “CÁLMATE!”, algo que hasta el sol de hoy considero de lo más injusto, puesto que casi me achurra un carro y estaba en mi pleno derecho de que me diera algo. “CÁLMATE YA!!”. Lo único que hice fue callarme, para ver si se dejaba de esa mierda ya de que me calmara y nos íbamos antes de que los dos tipos empezaran a tirarse bala. Todavía sigo sin entender por qué en ese momento pensé que se iba a formar un tiroteo, porque la verdad es que, mientras caminábamos rumbo a la piscina, que ya ven que estaba ahí mismo, tuve un vistazo de los tipos (mis ojos estaban aguados por las lágrimas) que simplemente estaban hablando. Nada de pistolas ni cuchillos ni granadas ni lanzallamas (aja, Isaac).

Shock total por varios días, y cuando llegué a mi casa y se lo contamos a mi mamá (ambos acabaron muertos de la risa burlándose de mi casi patatus; nunca le encontré lo divertido al asunto) me percaté que ese día era viernes, y 13, al igual que lo había sido en Costa Rica.

Creo que no me debería extender mucho (ya van dos cuentos y no puedo agotar, aunque creo que yo soy algo así como un pozo sin fondo de anécdotas y atorrancias) pero tengo unas ganas de contarles lo que me hizo un día una botella de Gatorade (no sean malpensados, por favor, por aquí hay menores).

Un jueves, día previo a una competencia de natación, estábamos todos los nadadores en la piscina, hablando y todo eso, luego de que el entrenamiento había acabado. Como buenos ociosos que éramos, a un inteligente se le ocurrió jugar futbol, pero nadie había traído balón. Pero repito, era tan inteligente que decidió llenar una botella de Gatorade que había por ahí con agua de la piscina, para poder darle un poco de peso y que se asemejara más a una pelota de fut.

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Éramos como 10 seres humanos irracionales (de diferente edad: desde 10 años hasta 20) los que estábamos ahí y los que aceptamos jugar ese estúpido juego. Nos pusimos en posición y todo iba bien, hasta que me fijé que una amiga, que ocupaba una posición a mi derecha, tenía los cordones de las zapatillas desamarrados. La llamé y le dije: “Hey, Ali, amárrate los cordones man, no vas a querer sacártela”. Y, de nuevo, todo se puso en cámara lenta. Creo que ya cabreo con mi super slow motion. Cuando miré hacia al frente, donde se suponía que “andaba” la pelota de futbol alias botella de Gatorade, un compañero mío, alto, alto, de unos 18 años, estaba pateando la disque pelota. Quiero decir, vi el movimiento exacto de su pierna sobre la maldita botella. Cuando su pie la tocó (cosa de un par de segundos), la vaina esa de mierda vino directamente hacia mí (el golpe de su pie produjo un fuerte PLAF!) y me golpeó en el estómago con otro fuerte BUM!. Una botella de Gatorade, de 500 ml más o menos, a esa velocidad…. no hay que ser muy físico para saber que Velocidad= distancia/tiempo= un golpe muy, pero muy fuerte. Cuando llegó el golpe, me sentí como si me hubieran pegado un balazo (como me han pegado muchos, mínimo soy narco); me agarré la pobre pancita con las manos y caí de rodillas al suelo. Mi compañero salió corriendo hacia mí, mientras los otros también me rodeaban. Cuando llegué al suelo (con un buen golpe en las rodillas, debo decirles. El colmo, estómago golpeado, rodillas jodidas. Seguro que ése no era mi fuckin día), puse mis manos también en el suelo, y se me salieron las lágrimas. En serio, la situación me daba risa, y me estaba riendo, pero también estaba llorando. Mi amigo daba vueltas a mi alrededor, diciendo: “Soy un estúpido, todo me pasa a mí, siempre todo me pasa a mí”. Como si fuera él el que resultó impactado por una botella voladora. El juego se canceló, por supuesto, y cuando nos encontramos a nuestra entrenadora a la salida (siempre hay un bocón que cuenta las vainas) se puso súper brava, porque necesitaba que todos estuviéramos en óptimas condiciones para la competencia del día siguiente, y más claro que el agua que yo no estaba muy bien. Todavía andaba sin aire.

Más nunca se dio eso de jugar con una botella llena de agua (es un instrumento muy poderoso para matar a alguien; se los recomiendo, pueden darle un buen susto a algún idiota que los moleste en la escuela o les quite el dinero de la comida. Es preferible un Gatorade a un martillo). Al día siguiente, se exhibía ante todos (como si yo fuera un museo) el hematoma verde con morado de mi piel.

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. –Gabriel García Márquez

La mejor descripción de mi vida. Amo a este señor.

Bye!!

2 comentarios:

Claudia S. dijo...

jajaja Astrid me reí mucho, por una parte por el gran conjunto de insultos que diste al principio a esos conductores de la gran shit, y ademas porque tienes una suerte... cuantas cosas no te pasan! tus dibujos también son muy graciosos xD
Te quedo super el blog! Genial Edward por todos lados :3

Saludos!

Anónimo dijo...

nice story, y tenia q escuchar mientras leia :D
te quedo bonito el blog =)
byeee!