sábado, 14 de marzo de 2009

Mi vida deportiva, I parte

Al que dijo que el tiempo cura las heridas, yo le debería regalar una galletita. De avena. O con chispas de chocolate. O un globo. Pero rojo. No, mejor azul. Pero igual, debería regalarle algo. Ya hoy me encuentro mucho mejor. Para demostrarles a ustedes qué tan mejor me encuentro (sé que eso de “qué tan mejor” está mal escrito, pero váyanse pal carajo, a mí me suena cool) hoy estoy aquí metida en la computadora, navegando por ahí (nada XXX, no soy de ésas) y escribiendo aquí, en vez de estar sentada en la sala de mi casa, con mi familia, viendo lo que pasó en Detrás de cámaras del programa ese de los niños del que les hablé (si no sabes de qué rayos te estoy hablando, entonces lee los otros post y luego regresa). Por supuesto, consideré muy maduro evitar ver un programa en el que iba a salir Noel, el de Sin Bandera. ¿Para qué seguir mortificándome? Igual, no me hace daño ya. Es más, miren a Noel y a su esposa. En verdad, dicen que no están casados legalmente, pero que sí lo están sentimentalmente. Qué lindos.

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Ya ven, tema superado.

Hoy les quiero contar acerca de mi vida pasada; pero no esas anteriores que tuve a esta, de las que hablan los budistas (reencarnación) ésas no, porque me las pasé metida en un monasterio en el Tibet, y en otra me la pasé en la Guerra del Golfo como enfermera de los soldados. Estoy bromeando.

Quiero sacarme los trapos sucios aquí (para el que no sepa, sacarse los trapos sucios en Panamá es como sacar a relucir el dark side, lo malo, lo feo y lo peludo; algo así, espero que ustedes entiendan); quiero que se enteren que he hecho y que no he hecho (que ha sido bastante) todos estos años.

No siempre fui la persona que ahora soy; antes solía ser inteligente (¡imagínense qué tan diferente era!), útil (pregúntenle a mi mamá; ahora siempre se queja de que ni siquiera sé lavar los platos), estudiosa (viene con el paquete de “Astrid, la sabelotodo”), educada (baboso/a era la máxima palabra sucia que decía, y por cierto, lo hacía en secreto), respetuosa (si el chinito de la tienda de la esquina no me daba bien el cambio, yo me quedaba callada y agachaba la cabeza; creo que más bien eso entra en el campo de conga –conga en Panamá es un idiota estúpido imbécil que se deja engañar por otra persona, en este caso, me dejé engañar y el chino se quedó con mi dinero), sincera (conversaciones actuales con mi madre: “Astrid, ¿cómo te fue en el examen de matemáticas? –Bien…- Dos semanas después, llega el boletín de notas con 5 fracasos; seguro, seguro que me fue bien en el examen de matemáticas), responsable (nada de llamar a compañeros para que me hicieran la tarea de Dibujo Técnico) y, para llegar al meollo del asunto, era una auténtica deportista. Ya saben, mente sana, cuerpo sano. Para ese entonces tenía la mente sana, ya no.

Fue nadadora por 6 años seguidos, y triatlonista por 4 años. Yo era de esas que pertenecían a la selección nacional de natación y todo eso. Como muchos sabrán, aunque Panamá sea un país pequeño, estar en una selección nacional era de lo más complicado. Y te convertías en la mami de todos, sin ánimos de creerme más que nadie. En el 2000 fue que empezó todo esto, y terminó abruptamente en marzo del 2006, un lunes 13 de marzo, para ser exactos.

Como algunas anécdotas interesantes y poco atractivas que contarles, les tengo una en la que yo iba empate con una niña en un triatlón (empate, sí; estamos corriendo a toda velocidad una al lado de la otra, algo nunca antes visto en esas competencias a las que antes asistía). Todoooo el mundo estaba gritando como loco, estaban esperándonos alrededor de la meta, porque nuestro recorrido era dentro de un campo de beisbol. Cuando al fin salimos, seguíamos empate; ella avanzaba unos metros más que yo, y yo le daba alcance, y viceversa. Parecía un estadio de futbol en un partido del Barca con el Real Madrid; todo el mundo gritaba y gritaba como locos. 20 metros antes de llegar a la meta, sentía algo raro y empecé a toser, pero no le di importancia, porque a estas alturas yo ya no sentía mi cuerpo. ¿Que tenía una pierna rota? Créanme que no me hubiera enterado. ¿Que se me había caído la parte de arriba de mi vestuario? Sepan que hubiera corrido en bolas por ahí. ¿Que estaba corriendo sin zapatillas? Jamás me hubiera percatado de eso. Estaba como en otro planeta, totalmente elevada de todo dolor o molestia física; esto se lo digo ultra en serio, me encontraba como en trance.

Como iba diciendo, empecé a toser pero normal, seguí. Entonces, aproximadamente 15 metros antes de llegar a la meta, repentinamente caí al suelo de rodillas. La gente se calló. Caí otra vez, ahora estaban mis manos sobre el suelo (estilo cuatro patas, solo que yo no tengo patas). Y luego, vomité. Nada en realidad, igual no tenía nada en el estómago a estas alturas. El asunto es que caí ahora sí al suelo, y fue cuando sentí que mi mamá me agarraba y me echaba agua en la cara. No sabía dónde me encontraba ni que me pasó. Sentí unas nuevas manos, que me agarraron por debajo de los brazos (eran 2 paramédicos) y me obligaron a pararme y seguir caminando hacia la meta.

Por supuesto que la otra niña ya había llegado; en los resultados finales, días después, pude enterarme que la diferencia entre las dos había sido de 30 segundos; yo lo sentí como de 30 días. Los paramédicos me hablaban, pero no les entendía. La gente seguía callada. Mi mamá, halándome, logró hacer que yo siguiera caminando hacia unos arboles que había por ahí. Y fue allí donde caí en cuenta que había perdido, y que mi cuerpo había fallado por mas que mi mente no había querido rendirse. Observen, esa vaina de que la mente manda al cuerpo es BULL SHIT; tardé años en volver a creer en ese pensamiento.

Para resumirles un poco, empecé a llorar, mi mamá me dijo que lo había hecho bien, que estaba orgullosa de mi, etc, etc. Desde ese preciso momento, año 2004, mi carrera empezó a ir en picada. Si vieran que hasta salí en la televisión, un iweputa mostró cómo me caía al suelo (y de cerca), aunque por suerte no se vio cuando vomité. Era un domingo, y mi papá estaba viendo la tele también. Tuve que correr a mi cuarto a llorar, porque nunca en mi vida había visto algo tan cruel y tan horrible al mismo tiempo (pa ese entonces todavía no había visto mi súper video pirateado de la mantarraya que mató a Steve Irwin).

Meses después, un día mi papá me echó en cara que era una loser, que ni siquiera había sido capaz de ganar un triatlón, que me escondía detrás de la estupidez de que, como sabía que no iba a ganar, me rendí “cayéndome” al suelo… un montón de mierda más, que logró que mas nunca volviera a ver a mi padre con los mismos ojos y que mi madre no le hablara como en 1 semana.

En fin, tengo un par de historias más divertidas que contarles; acabo de notar que esto me salió como melancólico, jajajaja… les tengo una historia corta en la que interviene una piscina y un chicle rico (goma de mascar). O la historia de mi encuentro cercano con la muerte, que tiene que ver con una piscina y una bombilla.

Tranquilos, creo que tendré que hacerles una segunda parte de mi vida deportiva…

Recuerden, yo me caigo a 15 metros para llegar a la meta y me filman mientras me pasa eso… pero igual, la vida es divertida! (excepto por el hecho de que existen tiburones y mantarrayas en los mares).

Bye!!

*Astrid A.*

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Observen, esa vaina de que la mente manda al cuerpo es BULL SHIT" me mataste con esta jojoo
bye bolitaa!

Ƹ̵̡Ӝ̵̨̄ƷKeyƸ̵̡Ӝ̵̨̄Ʒ dijo...

Sabes Astrid, a veces me pongo a pensar que tus padres de alguna manera te detienen a llegar a ser esa gran persona que debes ser, chuleta esa la que te hizo tu papa... mi papa tambien me la hizo

Claudia S. dijo...

Chuleta?? jaja aquí también decimos así xD
Pues en verdad la historia no estuvo tanto para reírse (en algunas partes si, no te preocupes...), pero es bueno ver otro lado de ti, y me sorprende mucho lo que te dijo tu papá, pero vamos, ahí que seguir adelante ya sea por uno mismo.
Saludos ^^